5.4.10

Historias de Bar


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Sentada en un rincón se puede oír a ella misma diciéndose – ¿Qué hago acá?-. Su mente alerta a nuevos movimientos, va captando los intereses de la gente que pasa a su lado. Todos la miran con cara de algo pero de nada… no entiende todavía que hace.
Prende un cigarrillo. Prende otro más. Y otro, y otro, y así se fueron veinte. Sale, cruza al kiosco, compra otro atado, entra, se sienta devuelta y prende otro.
Se acerca alguien, como con un aire de interés. Pero no, sólo pide un cigarrillo, le dice que no llore y se va.
–Pero yo no estoy llorando-piensa…  al poco tiempo le cae una lágrima lentamente por su mejilla. Ese chico había visto algo en ella que ni ella misma había visto… ese chico tenia algo que a ella la atrapó, pero se había ido, solo le había pedido un cigarrillo…
- Al fin y al cabo- piensa – son todos iguales, te ilusionan, te usan y te abandonan.
Pasa toda la noche buscándolo… quiere saber qué había visto en ella, por qué estaba llorando, no entiende cómo puede verse su dolor si ella tiene el talento de ocultar sus sentimientos. No… es todo en vano, termina la noche, son las seis de la mañana, el lugar cierra y todos van a cerrar sus ojos, se queda afuera, fumándose el último cigarrillo que le quedaba (no importa, ya se compraría otro). Espera… espera y sigue esperando, salen todos, bajan las persianas, pero el nunca sale. Desilusionada se va caminando tranquila, pensando en esa noche, en esa persona… algo tenía, algo que a ella le resultaba raro pero conocido a la vez…
Llega a su casa, se acuesta así como está, trata de dormir pero nada…da vueltas y vueltas, pero nada… mil preguntas rondan, y el no se salía… ¿Algún día lo volvería a ver? Eso no le importa tanto… verlo o no le es indiferente… pero ella quiere saber cómo su dolor se podía hacer visible, cómo era posible eso…

Los días pasan, ella se olvida de él, ese tema ya no ronda su cabeza.
Es de mañana, suena el despertador, es hora de irse. Toma sus cuadernos, un par de lapiceras, su atado, el mate, la mochila y así se va, tranquila, desayunando en el camino. Llega por fin, se sienta: clase de filosofía.
Está muy dispersa, tiene una intuición, algo va a pasar, bueno, malo, no sabe, pero algo va a pasar. El profesor presenta a un alumno nuevo, viene de lejos, del sur, se le sienta al lado, ella poca importancia le da, está perdida en su mundo, a nada le presta atención, sola en su burbuja, pensando en aquella intuición…
Suena el timbre, se va, camina, escucha música y fuma, siente que alguien va a su compás detrás de ella, de repente le tocan el hombro, se da vuelta… lo conoce, de dónde no se acordaba, pero lo conoce.
-¿Te puedo pedir un cigarro?
-Sí,  claro… tomá…
Se engancha de vuelta el auricular y sigue caminando.
-Espera… me parecés conocida… ¿No nos vimos alguna vez?
-No sé, podría ser… o soy muy común, todos me confunden con alguien.
-No, yo no te confundo, sos la chica de la mirada triste, ¿Te acordás de mí?
-No, y no soy de mirada triste.
-Sí, sos vos, estoy seguro. Estabas aquella noche, yo me acerqué, te pedí un cigarrillo y te dije que no llores... me tiraste una mirada media fatal y sentí que me tenía que ir…
Se queda sorprendida, era la última persona a la que esperaba encontrarse, y menos se esperaba que él la reconociera… Todo se detiene, el mundo se detiene para ella, lo contempla, como con miedo pero con intriga.
-¿Qué querés de mí?
- Curar tu dolor.
Ella le sonríe sarcásticamente: -No necesito ningún médico, ni siento dolor, gracias… lamento arruinarte el plan de arruinarme como todos. Adiós.
Se calza de vuelta el auricular y se va, prendiendo otro cigarrillo y dejándolo atrás.
-Idiota. ¿Qué le hace pensar que estoy mal? ¿Qué le hace pensar que lo necesito? Yo no necesito a nadie, menos a un hombre…- dice para sus adentros.
Sigue caminando, ya no tiene ganas de pensar en nada.
La vida no le sonríe estos últimos días. Siente como si caminara al costado, como si se mirara desde afuera. El vacío que tiene no lo puede llenar con nada, ni sus amigos, ni su familia, ni la música tienen ya el mismo significado. Ni siquiera la paz de la soledad es igual.
Tiene todo a su favor, y aún así… algo está mal.
Pasa por la puerta de su casa. Toma la llave automáticamente y frena.
No siente ganas de entrar.
Vuelve a guardar el llavero, con dificultad por las cosas que lleva encima, y da media vuelta.
No sabe a dónde va, no sabe qué busca...
Ni siquiera está segura de estar andando, sus pies la llevan como elevada. Automáticamente enciende otro cigarrillo. Se lo lleva a la boca, y antes de que pudiera darle dos pitadas, lo tira.
Tampoco sirve.
Agarra una calle más o menos vacía, lejos del sonido ensordecedor de la avenida.
Necesita despejarse, la nebulosa de la nada tomó su cerebro y no puede pensar…
Camina sin mirar hasta que llega a una plaza.
Duda y se sienta en un banco. Maniobra como puede con los bolsos y se rinde. Mira incómoda a su costado y grita para sus adentros.
Tira la mochila sobre el césped mal cortado y pisoteado y se sienta con ella. Quizás el verde la libere un poco.
Siente una gota en su mejilla y se da cuenta de que empezó a llover.
Cuando la gota roza su labio, también se da cuenta de que estaba llorando otra vez.

No piensa en nada. Por fin libre. Tiene la calma que no tiene el cielo.
La lluvia la moja y ella se acuerda de aquel chico en un bar, que se le acercó a pedirle un cigarrillo, aquel chico que se dio cuenta de lo que ella no veía, aquel chico que le predijo su lluvia personal…
-NO, NO, NO, NO, BAAASTAAA!!- grita hacia sus adentros. Como siempre, no quiere llamar la atención, no quiere demostrar su momento de fragilidad  – Basta, basta, basta, basta, basta- repite una y otra vez –yo no soy así, a mí no me puede afectar, ¿Qué me pasa? ¡¿Qué carajo me pasa?! Porque tuvo que aparecer, antes estaba todo bien, mi dolor, mi soledad no se notaban, y tuvo que aparecer… tuvo que aparecer…-
No siente ganas de nada, ni de respirar, ni de pensar, ni de caminar, ni de fumar ni de nada… igual se prende otro cigarrillo, ya por costumbre… pitada tras pitada lo acaba y prende otro al instante, se tira a mirar el cielo, como cae la lluvia, apagándole el cigarrillo… llueve cada vez más fuerte, pero a ella no le importa, así que ahí se queda, tirada, mojándose…
Empieza a refrescar. Con sus pocas fuerzas se levanta y a tumbos empieza a caminar en dirección a su casa… Por fin, llega, empapada, tira la mochila en el suelo de su habitación, toma una muda de ropa y se va a duchar… a tranquilizarse. Abre la ducha y se sienta abajo, encogida, con su mentón sobre las rodillas… se queda largo rato, hasta que decide salir. Se cambia, y sale para su habitación. Ya esa de noche, ya esta cansada, no quiere comer,  necesita acostarse, mañana tendría que levantarse temprano, así que se tapa y se duerme.

Ya es de día otra vez, suena de vuelta el despertador, se levanta. Se siente mal, muy mal, esta volando de fiebre, aquella lluvia le afectó, pero no le importa. Se cambia, la misma rutina de siempre, toma sus cuadernos, un par de lapiceras, su atado, la mochila, el mate y se va, desayunando en el camino –por fin, es viernes, al fin viernes-.
Espera encontrarse a aquel chico, todavía no sabía porqué, si no pensaba hablarle, ni pedirle disculpas por su contestación, solo quería verlo ahí, sentirse esperada. Llega tarde como siempre y todas sus ilusiones se apagan al ver que no está, se sienta en su lugar de siempre y lo busca con la mirada, pero no, no está en ningún lado…
-¿Se habrá puesto mal? ¿Lo habré tratado muy mal? Pero bueno, que importa, nadie lo manda a meterse donde no lo llaman… ay, no sé porque me preocupo, si total ni lo conozco, debe ser un idiota más…espero que no aparezca…-
Ya no tiene ganas de verlo, se vuelve a cerrar, la habían desilusionado, otra vez se vuelve a encerrar en su burbuja.
Toca el timbre, guarda las cosas, va a sacar fotocopias y se va. Lo niega, pero sigue con la ilusión de encontrarlo. Pero no, ni señales. Se va caminando tranquila a su casa. Llega, tira las cosas, se prepara algo para comer, come, agarra sus cosas de vuelta, agarra plata y se va a una plaza. Se tira un rato tranquila. Se queda dormida y cuando mira el reloj ve que eran las nueve de la noche. Va otra vez hacia el bar, hoy hay maratón de bandas, no tiene ganas de escucharlas, pero a otro lugar no quiere ir. Ese lugar es su burbuja, su mundo, ya la conocían y nadie le hablaba, era perfecto para ella.
Está sentada en su rincón de siempre, prende un cigarrillo, otro, otro y otro más y así se van de vuelta 20. La misma rutina, cruza al quisco, se compra un atado, vuelve, se sienta y prende otro. No tiene esperanza de encontrarlo, y así es, no lo encontró, no vino, no le pidió un cigarrillo, ni le dijo que no llore. Y esta vez, ella tiene ganas de llorar. Tiene el sentimiento de no volverlo a encontrar, y por culpa de ella tal vez. Quiere llorar, quiere gritar. Sale del bar, y corre, corre… sin rumbo pero corre.
Por primera vez en semanas, sentía. Sentía dolor, sentía vergüenza, pero sentía.
El viento le pega en la cara y la hace sentirse un poco mejor. Cierra los ojos para disfrutarlo mejor y choca con alguien que venía en la otra dirección.
Antes de mirar, sabe quién es. Sonríe.
Levanta la vista y ve unos ojos azules que la miran. No es quien ella esperaba. Pide unas disculpas apresuradas y sigue su camino pero a velocidad normal. Sus mejillas tomaron un color rojizo que nada tiene que ver con el frío que la rodea. Se da cuenta que no tiene más que una campera suave, poco apropiada para los días de invierno que corren.
 Se abraza a sí misma, tratando de obviar la falta de calor.
Mientras camina así,  cae en la cuenta de la ilusión que se había hecho al encontrarse a ese hombre en la calle. Se da cuenta de que esperaba ver a alguien, de que esperaba que fuera él quien aparecía.
No puede creerlo, no sabía ni su nombre, no lo conocía, y ya estaba instalado en su cabeza.
Mira hacia atrás y se enoja consigo misma, sabiendo que esperaba verlo, encontrárselo ¨casualmente¨.
Mira decidida hacia delante, tratando conscientemente de no darse vuelta y de volver a no pensar en nada. Sigue aferrada a su cuerpo, intentando mantenerlo caliente.
Mira el reloj. Las tres. No tiene sueño. Decide tomar un café, quizás así se iría el frío.
Entra en un bar y le dan ganas de reírse. En la primera mesa, justo delante de la puerta, de espaldas a ella en una mesa de dos, un chico de su edad está sentado frente a dos cafés.
Duda, sería mucha casualidad que sea él,
-¿Cómo sabe que vengo a este bar de vez en cuando si casi siempre estoy en el otro? No, no puede ser él… seria muy raro- piensa, y duda un momento antes de entrar. Pero la ilusión la inunda, esas ansias de encontrarlo, de verlo, de contemplarlo la inundan. Su ilusión crece, sus ojos le brillan, su sonrisa se hace presente, su cara toma una especie de rubor, siente que arde de la alegría. Las mejillas le arden, pero tranquila, respira hondo y cuenta hasta diez. No le gusta ponerse  en evidencia, ni bajar las barreras, así que se tranquiliza, los ojos se le nublan, la sonrisa y el rubor desaparecen. Tranquila pasa por al lado, lo mira de reojo para ver si es él y sí, es él que estaba ahí tranquilo sentado. Los cafés están intactos, como si estuviera esperándola para tomarlos. Camina en dirección a una mesa en el fondo del bar, lentamente y mientras camina piensa:
-No no puede ser, no, no, no, no, no, no, no, no puede ser él… ¿Qué hace acá? ¿Me estará siguiendo? No, no creo, debe ser coincidencia. Pero, ¿Por qué tiene dos cafés si está solo? Debe estar con una amiga o con la novia… aunque no veo ningún bolso… bueno basta, pido un café y punto, él no importa.-
Llega a la última mesa, se sienta, prende un cigarrillo y le pide al mozo un café. Saca un libro y se pone a leer, como para hacerse la indiferente. Pero no consigue entender una frase sin leerla varias veces, su mente da vueltas y su mirada se le desvía hacia donde él está sentado. Sube la mirada, ve que él la mira y le sonríe y la vuelve a bajar.
–Parezco una nena enamorada, miro, me mira y corro la mirada como si no estuviera haciendo nada. Es estúpido esto… ¿Pero qué hace acá? ¿Por qué me mira y sonríe? ¿Qué tengo? ¿Monos en la cara? – deja el libro y se toca la cara y la cabeza para cerciorarse de que no tiene ningún mono. Tranquila de que no lo tiene vuelve a agarrar el libro y vuelve a tratar de leer, concentrándose con todas sus fuerzas, pero no, no puede. Tiene unas imperiosas ganas de ir y enfrentarlo y preguntarle por qué la mira, por qué la sigue, por qué le sonríe, por qué quiere “curar su dolor” si ni siquiera tiene uno.
-Estoy bien sola, no sé qué le hace pensar que tengo dolor, por qué me tenía que pasar esto…que ganas que tengo de pegarle, sólo por aparecer y decirme que no llore, prefería que nadie me vea ni supiera qué me pasaba, si estaba bien o si estaba mal, pero no, tuvo que llegar el señorito a cagarme todo…-.
Sí, lo maldice mucho, pero bien sabe que lo necesita, que necesita saber eso que él había visto, entender cómo podía ser que él lo viera, viera su tristeza, su soledad, su dolor,
-Me rindo, sí, sí, lo sé, quiero saberlo, porqué me dijo que no llore, por qué quiere curar mi supuesto dolor, por qué le intereso si nunca le interesé a nadie…- piensa, quemándose la cabeza…
Baja el libro una vez más y lo vuelve a mirar. Él todavía la mira, y no da señales de querer bajar la vista. Le sonríe y ella mira hacia su libro, con el fin de evitar que él la viera sonreírle de vuelta.
Él se levanta suavemente de la mesa, camina con cuidado por el pasillo creado entre cliente y cliente y se acerca hasta donde está ella.
- Tu café te espera.- le dice.
Ella lo mira atónita, esperando que no se le note el rubor que siente en la cara. Esos ojos negros le transmiten paz, de una forma muy extraña. Se siente en casa, tan lejos del hogar. Se siente tranquila e incómoda a la vez.
Hace de cuenta que no le hablan a ella, que él no existe. Pero una mano fuerte de hombre le baja el libro, como pidiéndole que lo mire.
Levanta la vista, fingiendo molestia, y lo mira a los ojos.
- Ya lo pedí y lo estoy esperando, muchas gracias.
-¿Te venís a sentar conmigo, que para algo te estuve esperando tanto tiempo? – Su tono no suena a orden, es más bien divertido, como si la situación fuera cómica. A ella le suena más bien extraña. – Por favor.
Ella lo mira fijo y vuelve a posar la vista en el libro, como si nada pasara. En realidad sólo piensa qué hacer… Por dentro sabe que le encantaría sentarse con ese personaje misterioso y descubrir todo, pero por otro lado… Simplemente sería demasiado raro. En eso llega el mozo con el café. Él suelta una risa burlona y vuelve a su mesa, pero esta vez se sienta de frente a la puerta, otra vez dándole la espalda.
Ella mira las líneas sin leer, no puede concentrarse… Mira su café, humeando en la taza de porcelana. Mira al chico, que sigue dándole la espalda. Vuelve a mirar su taza y la ve casi tan fría como el cristal de la ventana.
No puede evitarlo, lo mira. Él se da vuelta y le señala con una sonrisa el humo que sigue saliendo de las tazas que tiene adelante.
Con una risa, ella se levanta y se sienta de espaldas a la puerta, justo delante de ese extraño que ya forma parte de sus días y le da un sorbo al café. Increíblemente reconfortante.

Le resulta impresionante. Sólo un segundo atrás, sola en su mesa y llena de preguntas, y ahora que tiene la clave para resolverlas, simplemente no puede. Se siente aturdida y sólo puede mirar dentro de esos ojos oscuros, como si naufragara en un mar calmo…
No puede hablar, ya no tiene palabras. Sólo puede ofrecerle su mirada llena de dudas.
Él sabe lo que ella siente y le dice:
-Seguramente te preguntarás por qué me intereso en vos. Yo me preguntaría lo mismo en tu lugar.
- Es lo lógico. Te aparecés un día en mi vida y de repente sabés más de mí que yo misma.
-¿La verdad? Tuve suerte. Te veía sentada desde lejos y no podía creer que estuvieras sola. En realidad, ni siquiera fumo, pero era la excusa perfecta para acercarme… Fue sólo que vi tus ojos tan brillantes… que me dieron ganas de que lloraras en mi hombro…
- Chamuyo barato. – Se toma lo que le queda del café, se levanta- No soy como todas, ¿sabés? A mi la palabrería no me va. Gracias por el café.- Se da la vuelta y se va.
Él deja el pago de los cafés más la propina sobre la mesa y la sigue. La alcanza en el semáforo, convenientemente en verde. Le pone su campera sobre los hombros y la mira a los ojos.
-No es palabrería. Fue un impulso, y no hay magia más inconcebible. Decime que no pensaste en mí todos estos días y te juro que no me ves nunca más.
Ella lo mira fijo, y no se siente capaz de mentirle. Baja la mirada, pero él le levanta el rostro y la besa.
El semáforo cambia y el cruza. Ella iba en la otra dirección.
-¿Así me vas a dejar? ¿Tanta historia para esto?- le grita desde la esquina.
El se da vuelta en mitad de la calle y le sonríe una vez más.
-Todavía tenés mi campera. Si me la querés devolver, mi número está en el bolsillo. Cuidate.
Se da la vuelta y la deja, sola, confundida, con su campera sobre los hombros y con una sonrisa en los labios.

GranLady&PeqeniiaHechicera. R&R Producciones.-

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